Escrito por Afonso Cruz
Traducido por Nicolás Barbosa López
Editado por Tragaluz editores
Recomendado para jóvenes lectores
Novela
Comúnmente se nos ha enseñado que la poesía
está en los versos, ante todo en las metáforas, y que puede existir algo
llamado prosa poética. A lo sumo se permite la existencia del verso libre,
aunque mirado con cierta sospecha en la actualidad. Nadie te enseña que, de
muchas formas, la poesía emerge en la prosa. Basta leer a Mann para ello o a
Cortázar o a Campbell o a Cruz.
El pintor
debajo del lavaplatos es una novela atravesada por la poesía, vista a
través de los ojos de un poeta, compuesta a partir de metáforas, comparaciones
y misterio; una novela para leer como quien lee un poema.
El relato retrata la vida de un pintor,
Jozef Sors, quien busca desde pequeño solucionar “el problema de la dispersión
y la ley de Andrónikos relativa al árbol de Dioscórides”, que viene a resumirse
más o menos así, los árboles tienen un impulso a crecer que es frenado porque tiende
a dispersarse en ramas y frutos. De la misma manera, el hombre tiende a crecer,
pero no lo hace porque tiende a dispersarse; de esta manera, todo lo que
disperse al hombre de su objetivo, pero al intentar alcanzar ese objetivo, al
librarse de la posibilidad de tener ramas y frutos, Sors pierde la luz. No se
vuelve ciego, no, pierde la posibilidad de diferenciar la luz, tendiendo a que
todo lo que expresa su arte es sombrío.
El pintor
debajo del lavaplatos cuenta con una amplia galería de personajes que
incluye, un coronel que descree de las armas; un mayordomo, padre de Sors,
incapaz de entender las metáforas y que siempre dice la verdad; una madre y
esposa, que sienta a la hora de comer los pantalones y camisa de su esposo,
incapaz de separarse de él: una chica, Františka, quien tiende a dispersar a
Sors; y un hermano simbólico, quien pierde una oreja sin ser Van Gogh, ni tan
siquiera pintor.
Asistimos entonces al auge de la adolescencia
y la caída de la madurez, de quien apuesta todo por una idea, para participar
en una guerra, dando tiros al aire, y luego en otra, siendo un perseguido,
mientras su más grande batalla es dentro de sí mismo, mientras decide si hace o
no parte de la humanidad.
Al final asistimos a una curiosa
declaración del autor, quien revela que existió un Sors, que pintó algunos de
los cuadros mencionados en el libro, que también fue perseguido y huyó a
Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, pero cuya historia no es la misma
historia que Cruz nos cuenta, aunque en ambos casos, el pintor estuvo debajo
del lavaplatos, literal y metafóricamente.
Como colofón, debe añadirse que se agradece
que Tragaluz editores de importancia al traductor de la obra como se lo merece,
pues se trata de una labor ardua que en muchas ocasiones las editoriales
obvian.
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