Texto de: Norbert Wolf
Traducido por: Carlos Mayor
Editado por: Océano
Libro de arte
Recomendado para: Jóvenes lectores
No sé nada de arte. Me gusta aclararlo para
que se entienda que en este tema mi opinión es la misma de cualquier lector desprevenido,
la misma de cualquier lego. No suelo ser un lector de arte y mi opinión acerca de
este tema pasa por algo tan simple como el placer. Si me da placer al verlo,
entonces sé que me gusta. Así, si hay algo que no me gusta del denominado arte
contemporáneo es que, a mi juicio, hay más en él de sustento conceptual que de experiencia
estética. Alguna vez leí, no recuerdo donde, que en algún momento una artista
había colgado un lienzo en blanco en una exposición y sustento esa decisión
aduciendo que era una forma de protestar contra lo que para ella era el final
del arte.
Por razones que no corresponde aquí, en los
últimos cuatro años he trasegado semana a semana con libros de arte. Libros que
ojeo -¿hojeo?- guiándome solo por aquello que me da placer. Así descubrí, por
ejemplo, que me gusta mucho más Botticelli que Da Vinci, a pesar de que este último
es el genio por excelencia del arte y de la ciencia. En la última semana
descubrí que Klimt es un paisajista sui
generis, al menos desde mi experiencia, porque gusta mucho de primeros
planos en lugar de tomas panorámicas. Luego descubrí este libro.
De acuerdo con Cortázar, en su última clase
de Literatura en Berkeley, “Entre erotismo y pornografía hay una diferencia
capital: la pornografía en la literatura es siempre negativa y despreciable en
el sentido de que son libros, o situaciones de libros, escritos deliberadamente
para crear situaciones eróticas que provoquen en el lector una determinada
excitación o una determinada tendencia; en cambio, el erotismo en la literatura
significa el hecho de que la vida
erótica del hombre es tan importante y tan fundamental como su vida mental,
intelectual y sentimental”. (Cortázar, 2014, pp. 252-253)
Si extrapolamos esta idea al campo de las
artes plásticas, en particular al campo de la pintura, nos encontramos con que
el desnudo es un tema muy tratado en diversas partes de su historia, situándose
algunos de sus grandes exponentes en el renacimiento. Empero, el hecho de que
muchos artistas lo hayan tratado, no implica que no hubieran sido censurados en
épocas posteriores, llegándose al punto de añadir hojas de parra a muchos de
ellos. No en vano, hasta Freud, la pacata sociedad burguesa occidental (no me
atrevo a hablar de Medio Oriente y mucho menos de Oriente por la sencilla razón
que no sé nada), parecía no querer saber nada de la sexualidad, teniendo un
comportamiento histérico en relación a ella. Aquí es donde aparece Klimt.
Aunque la obra más conocida de Klimt es el
beso, son ampliamente conocidos sus cuadros donde el desnudo femenino es protagonista;
obras como Judith I o Danaé. Sin embargo será en sus dibujos
en donde su expresión es más temible, más provocativa. Provocativa, no en el
sentido erótico, de excitación, sino de provocar una reacción en el espectador,
no se puede quedar indiferente al ver uno solo de estos dibujos de Klimt. Sus
modelos se expresan con una fría calma, con un frío goce, congeladas en un acto
íntimo y preciso. Wolf (2008) se refiere a estos dibujos así, “Los cuerpos
están repantingados, abandonados, pero, incluso cuando se masturban o se
entregan al éxtasis, los modelos mantienen la compostura con una especia de
sublimidad descarada.” (p. 59)
Así, las mujeres y unos pocos hombres, aquí
desplegados, son dibujados sin pudor o tapujos, son captados en una expresión
sublime de su humanidad, expuestos en carboncillo principalmente y, en algunos
pocos casos, con una pizca de color. En cualquier caso, se trada de un erotismo
desaforado, provocador.
FUENTES DE
CONSULTA
- Cortázar,
J. (2014) Clases de literatura, Berkeley,
1980. Santillana Ediciones: Bogotá, Colombia.
- Wolf, N.
(2008). Cuadernos eróticos – Gustav Klimt.
Editorial Océano: Barcelona, España.
Leído.
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