LA LUZ DÍFICIL


Autor: Tomás González
Editorial: Alfaguara
Recomendado para: Grandes lectores
Novela

     La lectura es intemporal. Es decir, no se lee por moda o porque haya una obligación de hacerlo; no hay tampoco un modelo exclusivo de lector; no es mejor lector quien lee a Neil Gaiman que quien lee, aunque me duela decirlo, a Paulo Coelho. Hay mejores escritores, pero aquello que leemos no nos hace mejores o peores. Ser lector, al contrario de lo que se piensa, no nos hace necesariamente ser mejores ni más sabios ni emplear una mejor ortografía. Hay que recordar que Hitler tenía una muy buena biblioteca. Ser lector no garantiza tampoco que seas más feliz que otros o más experimentado o más profundo. Y, por lo general, llegamos a ciertos libros cuando lo necesitamos, cuando estamos preparados – a nivel espacial, temporal, emocional- para ello. Por eso a veces estamos más preparados para leer La montaña mágica, mientras otras solo queremos refugiarnos en el mundo de Olafo el amargado o en Caras.
La luz difícil fue publicado en el 2011 y desde ese momento ha sido una de las obras más comentadas de González, llevando a que muchas de sus obras fueran reeditadas y las nuevas más difundidas por el público. Su argumento es sencillo pero alcanza niveles insospechados de reflexión, donde otros autores hubieran buscado hurgar en la sensiblería, González prefiere la lucidez. Así, nos relata la espera de David a que su hijo Jacobo logre terminar con su vida a través de la eutanasia. Dicho así la historia es baladí, pero González convierte el hecho en un agujero negro que le permite reflexionar alrededor de toda la galaxia de emociones y hechos que se configuran a partir de ese suceso, no solo en ese momento sino a través del tiempo.
Uno de los más bellos momentos lo constituye la reflexión de David, ya viejo, abandonando su oficio de lector, intentando dictar una parte de su libro a Ángela, la persona quien lo acompaña ahora que está solo, ya muerta su esposa.
Otra ves debi acostarme un rato, porque ya no beia. Me puse la toaya humeda sobre los ojos, para descansarlos. Estaba contando antes que a la una de la mañana nos habiamos reunido en el comedor. Nos quedamos allí sin hablar mucho y al final desidimos llamar a los muchachos y hablar con todos ellos. Habló Debreah, habló James, les dieron ánimos… (p. 88)
Sin embargo, antes de alzarse desde la posición del hombre letrado en contra del mal uso de la ortografía, David se convierte en su defensor, encuentra la belleza en ella, le preocupa, empero, que lo distraiga.
Me encantó la ortografía de Ángela. ¡Cómo nos conmueve, cuando menos lo pensamos, la belleza! Claro que ahora a mí todo parece conmoverme y veo (o beo) belleza por todos lados. (…)pero al repasar un poco el texto, para ver dónde sigo, joyas como beia, desidimos y toaya –y no lo digo con ironía- con seguridad me van a distraer y voy a perder el hilo de lo que estoy contando. (…) Para que Ángela no se ofendiera porque no iba a dictarle más, le expliqué lo mejor que pude que als toallas con ye me quitaban un poco la concentración.
-Para mí una toalla con ye o elle, don David, es la misma toalla – respondió. (pp. 88-89)
No sobra decir, por último, que se puede alzar un dialogo entre La luz difícil, desde la ficción, y Lo que no tiene nombre, desde la no ficción, acerca del tema del duelo, de la pérdida de los hijos. Dos formas diversas de ahondar en una misma problemática.

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