Autor:
Roald Dahl
Ilustrador:
Quentin Blake
Editorial:
Alfaguara
Recomendado
para: lectores en marcha
Novela
ilustrada
Para quien
no haya leído esta novela de Roald Dahl he de avisar antes que, como en pocas
ocasiones, hay avances que pueden adelantar algunos puntos clave de la lectura.
Debo advertir además que la lectura de Las
brujas garantiza un rato pleno de diversión y de buena literatura.
Cuando leí
lo poco que pude de Una serie de
catastróficas desdichas de Lemony Snicket quedé extasiado ante la cantidad
de sarcasmos, expresiones políticamente incorrectas y las diversas formas literarias
empleadas a lo largo del libro. Ahora leyendo a Dahl, debo reconocer también
que Snicket es un gran deudor de la obra de Dahl.
Las brujas se halla ubicado en una
Inglaterra atemporal donde la abuela noruega de un niño huérfano se divierte de
lo lindo contándole historias sobre brujas. Sin embargo estas brujas no son de
cualquier tipo ni forma, no se trata de las horribles ancianas de las que nos
cuentan en los cuentos de espantos ni en la tradición popular ni en los relatos
de hadas. No, estas brujas viven en todos los países, en las mismísimas
ciudades y pueden ser confundidas con cualquier mujer. En esto Dahl es
irreductible, las brujas son mujeres de la misma manera en que los vampiros
solo son hombres. A pesar de que las brujas pueden ser confundidas con mujeres
comunes y corrientes hay formas de identificarlas, porque todas las brujas son
calvas -entonces usan pelucas que les provocan comezón- y tienen garras en
lugar de uñas –entonces usan siempre guantes- y no tienen dedos en los pies,
además de otras características que una
persona muy detallista puede encontrar. Con este tipo de historias crece
el protagonista de la historia y en verdad esta información le va a resultar
muy útil cuando se tope, no con una si no con toda una convención de brujas que
están decididas a deshacerse de todos los niños de Inglaterra convirtiéndolos
en ratón.
La
narración de Dahl no sólo es ágil si no que se halla llena de contravenciones
sociales (La abuela recomienda enfáticamente que los niños a lo sumo deberían bañarse
una vez al mes) y de elementos de deliciosa crueldad (Las brujas tienen un
canto sobre como despanzurrar a todos los niños después de haberlos convertido
en ratones), pero se encuentra ante todo plena de realismo y sinceridad. Una de
las mejores escenas es quizás cuando el protagonista, convertido en ratón, y
sin posibilidad de volver a ser humano, descubre por boca de su abuela que
probablemente sólo tenga nueve años más de vida; pleno de amor y ternura piensa
que es lo mejor porque así morirá junto con la anciana que le ha brindado toda
su sabiduría y le ha regalado todo su coraje. El final es abierto pero nos deja
con la certeza que en algún momento en el futuro que sólo se vislumbra aguarda
la muerte, aunque esta no sea tan terrible.
Como
siempre será Blake el encargado de ilustrar los mejores momentos de la
historia, con sus trazos tan alejados de eso que suelen considerar los padres y
maestros una buena ilustración pero que comunican de manera profunda las
situaciones, y la carga emocional que
las acompañan.
Las brujas, tú lo sabes, lo malo es que tú lo sabes (tal vez Dahl también) que no son calvas, ni tienen los dedos de los pies unidos, etc, etc. Usan bluyin y camiseta, compran sus yerbas en la galería y velas en los supermercados. No convierten a los niños en ratones (a lo mejor, a los niños ingleses, sí)sí están en todas partes, y sólo te darás cuenta si preguntas.
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