Una de terror (acerca de bibliotecas y bibliotecarios escolares)


Hace ya unos cuantos meses que Elizabeth se reúne con algunos compañeros de bibliotecas escolares en busca de compartir experiencias y lograr dar un mejor servicio a sus usuarios. El proceso está tan organizado que ya decidieron bautizarlo con el nombre de GAI (Grupo de Apoyo Interbibliotecario). Cada reunión es una experiencia nueva que enriquece a cada uno de sus integrantes. Por supuesto, en mi calidad de docente, no pertenezco a GAI, lo cual no quiere decir que no escuche –sin querer queriendo, por supuesto- más de una conversación.
Como sucede en todo grupo, se comenzó con la presentación de cada uno de los integrantes, y por supuesto se habló de cada uno de los espacios de trabajo; unos más grandes, otros más pequeños; unos más ordenados, otros más desordenados, etc. La mayor parte de quienes conforman el grupo no son bibliotecólogos, son por lo general licenciados en educación Y/o literatura; todos trabajan en instituciones educativas privadas, son apasionados por los libros y tienen mayores o menores dificultades en su trabajo. Así que entre doritos y coca-cola, a medida que iban pasando las reuniones se fueron conociendo un poco más, hasta que llegó Sandra. Aclaro que su verdadero nombre no es Sandra, y como pocas veces me ha tocado cambiar un nombre para proteger una identidad, todo lo demás es verdadero, al menos que mi leal memoria me traicione. Sandra comenzó su presentación diciendo que iba a contar una historia de terror. Y no se quedó corta.
Sandra es bibliotecaria de una prestigiosa institución educativa del sur de Cali. Es graduada en filosofía y letras, le encanta el skate y los libros. Junto con su esposo tienen un perro de juguete que anda en una cartera, razón por la cual la llamamos Sandra Hilton. Hasta aquí todo normal. Tanto es el amor de Sandra por los libros que decidió enrolarse como bibliotecaria y compartir su amor con varios estudiantes, usuarios o clientes, según el bibliotecólogo de marras. En resumen, quería compartir ese amor con quien estuviera dispuesto.
Cuando conoció su espacio de trabajo Sandra en lugar de sentirse amenazada se sintió retada. Se trataba de una biblioteca al aire libre, con libros puestos de cualquier manera en los estantes, donde cualquiera iba a sentarse a comer en los descansos y con una hermosa mascota, en este caso un didelfimorfo de cercano parecido a una rata, aunque un poco más grande. Su primer trabajo, aunque arduo, fue el más fácil, organizar la colección, hacer expurgo – es decir, dar de baja lo que no sirve, constituido por libros dañados o inútiles. Verbigracia, material orinado o roído por el didelfimorfo o libros como Windows 2.0- y organizar actividades para atraer a los estudiantes, usuarios o clientes, según el bibliotecólogo de marras.
Es bien sabido por cualquier bibliotecario escolar que uno de los principales aliados para su labor es, sin ninguna duda, los docentes. Si se tiene la ayuda de un docente es mucho más sencillo poner en marcha cualquier cantidad de procesos. En cambio si es al contrario… Parafraseando un artículo de Danny, podríamos decir que los docentes son animalitos territoriales y de recias costumbres. Una vez que ha tomado un hábito es difícil que lo deje, aunque sea por las malas. En este caso, la dificultad más grande para Sandra ha sido que los docentes dejen de comer en la biblioteca. Ni siquiera diciéndoles que la existencia del didelfimorfo –que no se ha dejado exiliar- puede tener serias consecuencias para su salud – el didelfimorfo es muy organizado, en un extremo, en la parte superior de los estantes, come y en el otro, defeca-, ha logrado que los docentes decidan tomar sus alimentos en otro lado.
Creo que aquí debemos hacer un alto, el problema con que los docentes coman en las bibliotecas escolares tiene varios efectos colaterales, por un lado la comida siente una extraña atracción por las páginas impresas – de ello dan fe muchos de mis libros de adolescencia que tienen aún rastros de espaguetis a la boloñesa-, en segundo lugar, porque aunque sea con rabia, odio o temor, los  estudiantes, usuarios o clientes, según el bibliotecólogo de marras, siguen los ejemplos de los docentes; de otro lado nos encontramos con que el ambiente se siente más como el de un restaurante barato que como el de un espacio dedicado a la lectura. Como punto adicional añadiré que los niños y jóvenes se hallan elaborando guiones de conductas y cuando ven que esto sucede en la biblioteca de su institución educativa, lo quieren aplicar en cuanta biblioteca, privada o pública, se les atraviese.     
El asunto de la comida o la bebida de los docentes en la biblioteca no un problema exclusivo de Sandra, como ya se dijo los docentes somos animalitos territoriales y de recias costumbres; una vez que un bibliotecario le permita beberse un tinto a un docente en la biblioteca, al día siguiente tendrá toda la sala de profesores pretendiendo hacer lo mismo, y respondiendo ante cualquier recriminación, Pero ayer dejaste a (Insertar aquí el nombre del docente a quien se le permitió beber tinto) almorzar aquí. Y por supuesto, el tono no será amable. Sin embargo en el caso de Sandra, la respuesta no ha sido sólo desagradable si no que ha adquirido talantes violentos. Hace poco, mientras estaba en ejercicio de sus deberes por fuera, un grupo de docentes volcó de cualquier forma el contenido de los estantes sobre las mesas de trabajo, afectando no sólo el trabajo de Sandra si no dañando muchos volúmenes de manera irreparable.
Sandra sin embargo insiste, a pesar de que ningún docente fue amonestado por ello, e incluso cuando el rector convocó un desayuno de trabajo con todos los docentes en el espacio de la biblioteca y le tocó escuchar a sus compañeros docentes diciéndole: Si ve que si se podía, que no era para tanto.
El cuento de terror de Sandra no sólo le pertenece a ella, es el drama que viven muchos bibliotecarios escolares, que por lo general no son bien pagos ni apreciados lo suficiente (Hace poco un bibliotecario, que no es Sandra, solicitó un aumento al colegio donde trabaja, y le preguntaron de inmediato si quería ser docente), quienes sin embargo no cejan, como Sandra, e insisten en hacer su labor, a pesar de sus mismos compañeros docentes.      
Por ahora (esto continuará), sólo diré, gracias Sandra, y por medio de ellas gracias a todos los bibliotecarios escolares, por insistir.

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